La monitorización fetal permite saber en todo momento si el bebé está bien, una vez que comienzan las contracciones. Así, mide la frecuencia cardíaca del bebé y comprueba si le está llegando suficiente oxígeno.
Este tipo de control se suele realizar a partir de la semana 40 de embarazo y durante el parto. En este último caso es una herramienta fundamental para medir cómo reacciona el bebé ante el incremento de las contracciones, pero existe cierta polémica sobre su uso, ya que exige que la mujer esté acostada durante el proceso de dilatación.
¿Quieres saber más sobre la monitorización?
Existen 2 tipos de monitorización fetal: la externa y la interna. La primera se utiliza durante el embarazo, y dura alrededor de 20 minutos. Consiste en colocar sobre el abdomen unos sensores a través de los cuales queda registrada en un gráfico la frecuencia del latido cardíaco del bebé y la actividad uterina.
Durante el embarazo, se considera que el ritmo cardiaco del bebé debe oscilar entre 120 y 160 latidos por minuto. Pero si dejas de escuchar el latido no te alarmes, lo más probable es que el bebé se haya movido, y haya que cambiar de posición los sensores.
En cuanto a la monitorización interna, es la que se emplea durante el parto, una vez que se ha roto aguas. Se pone un electrodo en el cuero cabelludo del feto y un sensor intraútero, que sirve también para medir el bienestar del bebé.
Este tipo de monitorización puede resultar incómoda para la madre, que además se ve obligada a estar en la misma posición durante toda la dilatación. Pero los médicos afirman que gracias a esta prueba no invasiva se descubren casos de sufrimiento fetal que pasarían inadvertidos, lo que permite reaccionar más rápido.