¿Qué hacer con los niños que muerden? Se trata de una actitud relativamente común entre los 1 y los 3 años, pero que es importante atajar desde el comienzo. La mayoría de los pequeños lo usan como respuesta a su ansiedad, pero también para llamar la atención.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que debemos impedirle morder a los demás, pero tratando de no mostrar una actitud agresiva nosotros, pues los niños aprenden de lo que ven, y somos los responsables de enseñarles otras vías para resolver los problemas o responder a la ansiedad. De hecho, si los padres suelen comportarse de forma sosegada y tranquila es menos probable que el niño persista en su manía de morder.
Cuando el niño ya es mayorcito (sobre los 3 años) debemos explicarle por qué está mal morder (más allá de que si no hace caso lo completemos con otras medidas). Un niño de 1 año no podrá entenderlo, así que tampoco sirve de nada darle una charla de 10 minutos sobre el tema.
Cuando lo veamos morder a alguien debemos usar un tono firme y desaprobatorio, pero sin perder los estribos. Además, no debes seguir jugando con él, y puede que incluso compense no prestarle atención unos minutos, para que sepa que con ese comportamiento no obtiene «cosas agradables».
Desde luego, nunca debemos morderle nosotros para que vea que está mal. Eso no haría más que confundirle, e incluso podría aumentar su comportamiento agresivo. Si sabes que tiende a morder, vigílalo cuando esté con otros niños para poder apartarlo rápidamente cuando quiera morder.
Es bueno reforzar conductas alternativas, expliándole que la boca es para dar besos -y no para morder- y pidiendo que de un beso a la persona a la que ha mordido, para «reparar» el daño. Si intuímos por qué ha mordido al otro niño (porque quería un juguete, porque estaba nerviosos…) explícale qué debería haber hecho para solucionar ese problema (puedes ofrecerle un mordedor).
También puede ser positivo practicar la relajación con el pequeño para que se muestre menos nervioso (y por lo tanto menos proclive a morder).
Y si su comportamiento persiste mucho tiempo, no dudes en comentarlo con el pediatra, y si no encuentra causa orgánica, también con un psicólogo.