A lo largo de los nueve meses de gestación, los pechos de la mujer se transforman paulatinamente preparándose para la lactancia. Tanto la placenta como los ovarios han segregado grandes cantidades de estrógenos y progesterona, las hormonas que estimulan las glándulas que producen calostro, sustancia previa a la leche que sale de los pechos después del parto y durante los tres o cuatro días siguientes.
La producción de leche está directamente relacionada con una veintena de grupos de glándulas que se encargan de segregar leche y que están conectadas a los pezones a través de los conductos galactóforos.
Cuando el bebé mama se estimulan los nervios del pezón. Estos nervios llevan la petición de leche a través de la columna vertebral de la madre a la hipófisis o pituitaria donde se producen la prolactina y la oxitocina, unas hormonas que fabrican la leche y la liberan a través de los pezones.
La prolactina estimula los pechos para que produzcan más leche y la oxitocina favorece las contracciones de los pequeños músculos que rodean los conductos de los pechos y los aprietan para expulsar la leche hacia las reservas que existen tras la aréola.
Éstas son unas pequeñas dilataciones de los conductos, llamados senos galactóforos.
A los dos o tres días del parto se produce la primera subida de leche, y los pechos se ponen muy tensos e inflamados. Puede ser molesto, pero se alivia si se pone al niño a mamar a menudo para que los vacíe y, entre las tomas, se aplican toallas calientes o frías según la preferencia personal.
Más adelante, cuando la lactancia ya está establecida, en cada toma se puede notar una «subida de la leche» (en algunos libros la llaman «bajada») que es debida a la acción de la oxitocina. Se notará un pequeño hormigueo en los pechos cuando el bebé haya dado ya unas cuantas chupadas. Esto indica que la leche empieza a fluir (a veces sale un chorro fuerte y el bebé puede atragantarse).