Durante el primer trimestre, la mujer centra su atención sobre todo en los cambios físicos. A la ausencia de menstruación, se suelen añadir algunas molestias en la pelvis y un aumento de las secreciones vaginales.
La mujer se siente más cansada y tiene más sueño de lo normal, ya que su cuerpo está trabajando muy duro para formar la placenta y para el desarrollo del embrión. Es posible que también sufra mareos y vómitos al levantarse por las mañanas.
Esto es debido a los cambios metabólicos y hormonales que está experimentando, especialmente a la concentración de la hormona gonadotropina coriónica humana o HCG, encargada de segregar estrógenos y progesterona al inicio del embarazo.
Esta hormona es la que detectan los análisis de sangre y orina para saber si la mujer está o no embarazada.
También es común que la futura madre sienta necesidad de orinar con mayor frecuencia porque el útero comienza a presionar sobre la vejiga.
Los pechos aumentan de tamaño y están más sensibles debido a la acción de los estrógenos y de la progesterona. Estos cambios se producen como preparación a la lactancia.
La aréola, el área pigmentada que rodea al pezón, adquiere una coloración más oscura y por debajo de la piel aparece una red de líneas azuladas que suministra sangre a los pechos.
Es también en este periodo cuando aumenta la producción de sangre de la madre (hematopoyesis) que tiene como función principal favorecer el intercambio de nutrientes con el sistema sanguíneo del feto.
Esta mayor producción de sangre, en torno a un litro o litro y medio más de lo normal, da a la mujer ese aspecto saludable y resplandeciente que se dice que adquieren las embarazadas.
En este periodo se suelen aumentar entre 1 y 2 kilos de peso si no ha habido problemas con las náuseas. Este aumento de peso no corresponde en su totalidad al feto, sino también a la placenta, al líquido amniótico, al útero, a los pechos y al aumento del volumen de la sangre.